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viernes, 1 de julio de 2016

3

—Tienes tres.

Paco mira a su alrededor sin encontrar a la persona que acababa de decir eso. La noche era oscura y silenciosa, la calle por donde pasaba estaba completamente vacía. Levantó la voz para hacer una pregunta, pero los nervios se tragaron sus palabras. Carraspeó para intentar una segunda vez, tratando de imprimirle seguridad a su tono, sin conseguirlo.

—¿Quién anda ahí?

Una risa macabra fue lo único que consiguió como respuesta. Sudor frío comenzaba a resbalarle por todo el cuerpo.

—¡Esto no es gracioso! —gritó, y se apresuró a la estación del metro. Eran las 10 de la noche.

Al bajar las escaleras en la estación y encontrarse con una multitud de gente considerable esperando el tren, se tranquilizó bastante. Sacó un paquete de clínex de su mochila y con un pañuelo se secó el sudor que le escurría por la cara, aliviado de que el mal momento hubiera terminado, pensando que probablemente había sido alguien queriendo hacerse el gracioso, o quizá filmando un video de bromas para internet.

Llegó el tren y abordó, pasado el momento de susto esa sensación de vacío volvió a apoderarse de él y a embotar sus sentidos. Pensándolo detenidamente no supo por qué se asustó tanto al correr peligro su vida, si tenía ya rato que estaba considerando quitársela él mismo.

—Tres —susurró una voz en su oído. Esta vez no se sobresaltó, quizá porque se sentía seguro en medio de tanta gente, quizá porque había razonado mejor las cosas.

Giró la cabeza para encontrarse con nada. La gente estaba como entumecida, cada persona metida en sus propios pensamientos, sus caras no mostraban emociones. Gente que estaba ahí y a la vez no.
Paco se sintió aún más miserable al ver sus caras y saberse uno más. Su vida estaba tan vacía como sus expresiones.


Salió del metro y se encaminó hacia su departamento, para el cual ahora sólo faltaba recorrer cinco cuadras. Los negocios estaban ya cerrados y las luces y el sonido dentro de las casas y los departamentos lo hacían sentir solo.

—Tres —volvió a escuchar.

—¿Tres qué? —respondió Paco, con fastidio.

Entonces sintió que alguien caminaba a su lado. Giró la cabeza y se topó con un hombre negro de ojos azules, una rara combinación. Se detuvo.

—Tres deseos —soltó una carcajada con una voz tan gruesa y fuerte que inundó toda la calle con su sonido. Unos perros comenzaron a ladrar por aquí y por allá.

Paco lo miró atónito. No sabía cómo reaccionar, estaba completamente pasmado.

—Te voy a conceder tres deseos, Paco.

—¿Cómo sabes mi nombre?

—Yo sé el nombre de toda la gente. Tienes tres, aunque claro, no son gratis. Ya luego te haré llegar la factura.

Incrédulo, Paco intentó atar cabos y adivinar de qué se trataba toda esa escena que estaba viviendo, sin embargo no lograba conjeturar nada. Ese tipo era un desconocido.

—No estoy para bromas, ¿sí?

Reanudó el paso y no escuchó que el tipo lo siguiera, pero de pronto volvió a aparecer delante de él. Paco, atónito, miró detrás de sí y no vio a nadie.

—¿Cómo hiciste eso? —preguntó, pasmado.

—Tres, Paco. No tengo tanto tiempo, tengo cosas que hacer, lo tomas o lo dejas.

—¿Eres algo así como un genio?

—No, yo sí cobro. Lo tomas o lo dejas, no te voy a dar ninguna explicación ahorita —la voz del tipo estaba cargada de un tono de fastidio, sin embargo la sonrisa no se había borrado de su cara. Sacó un habano de algún lugar dentro de su chaqueta, lo encendió y comenzó a fumarlo—. ¿Gustas? —le extendió a Paco el puro.

—No, gracias.

Paco aún estaba anonadado. El tipo miró un reloj que tenía en la muñeca y suspiró.

—Tienes treinta segundos para decidirte. Si no dices nada, desapareceré y nunca volverás a saber de mí.

Paco dejó pasar unos cuantos segundos. El humo del puro impregnó el aire con su fuerte aroma, y pasados unos quince segundos, Paco finalmente respondió.

—Está bien.

El tipo sonrió ampliamente, dejando ver una blanca dentadura que contrastaba fuertemente con el color de su piel.

Le extendió a paco un pedazo de papel que sacó de su chaqueta.

—Escribe aquí tus tres deseos una vez que los hayas pensado bien. Cuando estén los tres ya escritos el papel desaparecerá y los deseos serán concedidos.

Paco tomó el papel y lo miró con sarcasmo, luego alzó la mirada para decirle al tipo que eso tenía que ser una broma, pero obviamente ya había desaparecido.

—¿Qué chingados fue eso…?



Y todavía no sé qué va a pedir Paco, je.

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